Bueno hoy os traigo otra de mis
pasiones: las cajas.
Me encantan. Desde las más
antiguas de madera o latón, hasta las de las galletas y las de los joyeros.
Desde muy pequeña me chiflaban.
Yo creo que sería de los niños que les regalan un muñero super famoso y se
entretienen jugando con el lazo del regalo, pues yo igual pero con la caja ¡Ya
ves! a cada uno nos da por una tontería… pero yo creo que cogí la mayoría.
Me llamaba la atención
coleccionar cosas, desde monedas, cromos, pins
o sellos, que es lo más clásico, hasta chapas, postales, etiquetas de los
vinos de mi padre, ¡de todo!
Pero lo de las cajas se ve que
llamaba la atención porque de repente un año, cuando llegó mi cumpleaños, la
gente empezó a regalarme cajitas y claro, cuando empecé a guardarlas me di
cuenta por qué llamaba la atención,
pues en todos los escondrijos de mi cuarto tenía alguna de ésas que vienen con
algunos estuches de colonia, o las de las galletas, una de madera que me regaló
mi abuela, los joyeros de las abuelas... en fin: mil y una. Y aunque traté de
meter una dentro de otra se fue haciendo difícil, y me di cuenta que tal vez los
escondites empezaban a ser demasiado evidentes al ver que mi madre me dijo un
día: “¿Qué, otra cajita? Al final te vas a tener que salir tu del cuarto para
que quepan más”.
El caso, es que la cosa va a
peor, ya no sólo me llaman la atención en las tiendas, los bazares o los
mercadillos. No, he evolucionado hasta el nivel de crearlas por mí misma a mi
gusto, decorándolas o arreglándolas según esté inspirada ese día.
Bien, pues hoy os voy a enseñar la primera con que empecé: (una simple aficionada)
¿Os recuerda a algo? ¡Sí! Todas
esas cajitas de recuerdo que hay en las tiendas playeras de las costas
españolas.
Bien pues como otra de mis
aficiones desde bien, bien pequeña, era
coleccionar conchas que recogía en la playa (bueno las recogíamos mi padre y
yo), la verdad es que no sé si será cosa de la memoria pero las recogía con una
ilusión terrible y todas, repito TODAS, eran súper especiales, unas por color,
otras por textura, otras por tamaño, ¡las quería todas! Así que mi padre abría
la bolsa y para dentro todas las que pudiera recoger. Incluso intentamos enganchar a mi hermano pero
con él sólo funcionó un par de años, el resto del tiempo ya pasaba bastante del
tema.
Claro que pensando, pensando,
¿qué hacían mi madre o mi tía mientras? ¡Ajá! ¡Embutirme el bocadillo de la
playa! ¡Ése que comes casi tanta arena como salchichón! Si es que ya lo sabía
yo: era una maniobra de distracción.
El caso es que en una de esas
múltiples habilidades que tienen las madres, la bolsa desaparecía. Al principio
decía: “¡Vaya, se quedó en la playa!”, la siguiente vez, ya me ocupaba yo de
cogerla para que no se nos olvidara en el viaje de vuelta a casa (sí, esos viajes de :”¿Queda mucho?¿Y ahora? ¿Hemos llegado ya? ¿Y ahora?”). Pues cuando
llegábamos y por una de aquellas me acordaba de mis conchas “¡uy! Pues si las
metimos en la maleta y ya no están ¡se habrán perdido!” El caso es que siempre
hacía magia con eso. Bien pues un año mi padre y yo decidimos hacer algo con
las conchas para que así no desaparecieran puesto que las necesitábamos para
hacer el adorno ese que cuelga en algunas puertas y que se mueve haciendo
ruiditos, ”un avisador”. Pues ése año fue el primero que llegaron las conchas a
casa después del verano pero tras unos meses cambiándolas de sitio porque no
encontrábamos tiempo para hacerlo, desaparecieron de nuevo: Estoy casi segura
que fue la magia de mi madre.
El caso es que somos animales de
costumbres, al menos yo. Y ahora que ya he crecido un poco pues me gusta ir a
la playa con mi bocadillo y comérmelo después del bañito, recogiendo conchas
del mar, con tanto entusiasmo como cuando era pequeña.
Pero claro, de pequeña tenía la
magia de mi madre desapareciendo las conchas y ahora no: total que de pequeña
tenía el problema de que nunca llegaba ninguna y ahora el de que ya he acumulado
demasiadas y ¡no puedo tirar ninguna! Porque todas son ¡especiales!
Pues como veis junté las dos
aficiones he hice la caja las pegué con una masilla que hice a base de miga de
pan o pasta de papel con cola, que me enseñaron en el colegio cuando hacíamos
los regalos del día de la madre o del padre.
De esta manera se pegan y no están huecas de forma que es más difícil
que se rompan. Y los caracoles pues o cola o pegamento de contacto.
Y después barnizarla, en un lugar
bien ventilado y con barniz de spray.
Y bueno pues el uso ya el que
queráis darle, un joyero suele ser lo más habitual, pero hay gente que guarda
las llaves, o las pastillas si toma alguna medicación, monedas…
¿Y yo? Pues yo ya le tengo uso,
¡todas las conchas que no usé para decorarla van dentro!
Espero que os haya gustado y ¡hasta la semana que viene!
Preciosa caja y preciosa historia Isabel. Me ha encantado!un beso. Sara
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
EliminarAlaaaaa!!!! jope, me e sentido super identificada con lo de la bolsa de conchas...jum...ahora todo empieza a tener sentido...jajajaja, y si, yo también tengo una obsesión extraña por las cajas, ya sean grandes o pequeñas, cuando veo una en cualquier tienda la miro y remiro con la intención de que me la compren si no llevo dinero, jajajaja.
ResponderEliminarPero sobre todo las pequeñas, esas que cuando las madres se compraban un conjunto de pendientes y colgante, yo luego mágicamente hacía que esas cajitas acabaran en mi poder...jejeje.
Un besaco muy gordo y me a encantado la entrada!
Jajaja, me alegro que te hayas sentido identificada. ¡Muchas gracias por leerme!
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